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lunes, 12 de diciembre de 2016

Formación Martinista



TRADUCCIÓN INÉDITA DE UNA PARTE DE LAS "INSTRUCCIONES" DIRIGIDAS A SU HIJO "Para serle entregadas cuando tenga edad de merecerlas "SEGÚN ANOTACIÓN ESCRITA AL MARGEN, DE PUÑO Y LETRA DE SU AUTOR, ORIGINAL DE Jean-Baptiste Willermoz



F O R M A C I Ó N


EXPLICACIONES PRELIMINARES QUE SIRVEN DE INTRODUCCIÓN A LOS CAPÍTULOS SIGUIENTES CONTENIENDO LA DESCRIPCIÓN DE LOS HECHOS ESPIRITUALES CONCERNIENTES A LA CREACIÓN DEL UNIVERSO FÍSICO Y TEMPORAL Y SUS PARTES PRINCIPALES, DE LA CREACIÓN DEL HOMBRE Y LA MUJER, DE SU PREVARICACIÓN Y CASTIGO, Y LOS PRINCIPALES HECHOS SOBREVENIDOS EN SU POSTERIDAD HASTA LA ÉPOCA DEL DILUVIO UNIVERSAL.

Siguiendo fielmente, como hasta ahora hemos hecho, las sublimes instrucciones de Moisés ese gran legislador amigo de Dios, conductor esclarecido y fiel del pueblo hebreo, conseguiremos alcanzar el conocimiento cierto de los hechos espirituales concernientes al origen y creación del universo físico temporal y sus partes principales, de los que fue encargado por Dios de dar a conocer y transmitir en toda su verdad y pureza por medio de una iniciación secreta y proporcional a los especialmente elegidos y designados para ello, y que las Santas Escrituras nos dan a conocer como hombres llevados, la mayor parte de ellos, por una gran saber e inteligencia. Apartemos por el momento el velo material que forzosamente ha debido cubrir su descripción para la inmensa mayoría de seres de esta nación, compuesta por hombres groseros e ignorantes que no la hubieran podido comprender en toda su verdad, o que al poco tiempo hubieran abusado de ella, velo que desde entonces ha dado lugar a tantas equivocaciones.



Apreciaremos a continuación, por justas comparaciones, las versiones de este velo llegadas a nuestras manos que han materializado casi todas las partes de su descripción, y aprovecharemos cuidadosamente las ocasiones que se presenten, naturalmente de señalar las causas particulares de éstas subversiones materiales que tanto fatigan la inteligencia de los verdaderos fieles, de los verdaderos sabios, y entregan las armas mortíferas a la multitud de incrédulos que desgraciadamente aumenta día a día.





Pero como pudiéramos vernos expuestos, por razón de dar alguna explicación apremiante, a interrumpir el hilo del relato que vamos a emprender, nos creemos en el deber de dar aquí y de modo preliminar, ciertas explicaciones y definiciones sobre algunos complementos importantes, con el fin de facilitar su entendimiento a los amigos de la sabiduría, y prevenir en tanto nos sea posible la necesidad de penosas interrupciones.



 
Así pues, empezaremos por explicar lo que es preciso entender en esas palabras, a menudo repetidas, que ordinariamente expresan un todo, pero que en ocasiones no expresan más que una parte notable de ese todo, a saber: la inmensidad divina o mundo divino increado; la creación del universo físico temporal y del espacio universal que encierra y contiene todas las partes; la formación y explosión del caos, la creación de la materia dicha mala o malvada y sus principios constitutivos, del porqué de tres elementos y no cuatro, la vida universal pasiva que anima todo el espacio, a todos los cuerpos y corpúsculos y todos los individuos por un tiempo; la bendición de la Gran Obra de seis días por el acto sabático divino del séptimo día. Por otro lado, no nos cansaremos de repetir esas explicaciones en su lugar y sitios naturales, ya que juzgamos esa repetición útil y conveniente para fijar la atención sobre estos detalles.


La inmensidad divina, que también nombramos como mundo divino e increado, que es por consecuencia indefinible, que domina y separa el espacio universal y los mundos creados, es una inmensidad sin hitos ni límites que se acrecenta sin cesar y aumenta sin fin para contener la multitud inmensa de seres espirituales e inteligentes emanados del seno del Creador. 

Dios es el Centro, y desde ese Centro lo llena todo. 
Esta concentrado en su incomprensible unidad, tanto, que la manifiesta por los actos y producciones de su inefable Trinidad

 divina, que adoramos bajo los nombres de Padre, Hijo y Espíritu Santo, que forman conjuntamente el eterno triángulo divino en el que la unidad divina es el principio y el centro.


Este triángulo divino esta rodeado de la multitud inmensa de seres espirituales e inteligentes del que son emanados, y forman conjuntamente cuatro clases distintas en acciones, virtudes y poderes, que la Iglesia cristiana reverencia bajo los nombres de ángeles, arcángeles, querubines y serafines.
Nombramos con Moisés la primera: círculos de espíritus superiores y le damos el número 10, como corresponsales y agentes inmediatos del poder divino del Creador. Hagamos mención de la segunda: círculo de espíritus mayores y le damos el número 8, que es el doble poder que pertenece a los Hijos de lo divino, que manifiestan el poder del Padre del que son imagen y operan el suyo propio, los denominamos espíritus octogésimos y agentes inmediatos del poder octogésimo de los Hijos.
Mencionaremos la tercera clase: círculo de espíritus inferiores septenarios, como corresponsales y agentes inmediatos de la actividad divina del Espíritu Santo, en que el número característico es el 7. Finalmente nombremos la cuarta clase: círculo de espíritus menores ternarios al que damos el número 3, como agentes y corresponsales de la cúatriple esencia divina para la manifestación de las operaciones del sagrado ternario divino. 



Pero no perdamos de vista que los números de acción 10, 8, 7 y 3 que caracterizan estas cuatro clases, reunidos suman 28 = 10; lo que demuestra que toda acción espiritual proviene de la unidad; y si trazamos este número 10 así: I , figurará la omega, el Principio y el Todo, una parte por la I central, la otra por la circunferencia que la rodea. Los seres espirituales de estas cuatro clases son todos iguales por naturaleza, pero difieren todos, lo mismo en cada círculo, como ya hemos dicho en otra parte, por su modo de acción, su virtud y su poder; de suerte que cada círculo tiene también sus superiores, sus mayores, sus inferiores y sus menores. Esta inmensidad era todo lo que existía antes de la prevaricación de los ángeles rebeldes.


El universo físico temporal es un espacio inmenso e inconmensurable creado por el Todo Poder en el instante mismo de la prevaricación de los ángeles rebeldes, por la manifestación de su gloria, su poder y su justicia, y por ser el lugar de exilio y privación de los prevaricadores. Este espacio está limitado y rodeado por todas partes por una inmensa circunferencia ígnea e impenetrable, denominada filosóficamente "eje del fuego central", formado por la multitud de espíritus inferiores que permanecieron fieles, y que recibieron la orden del Creador de defenderlo contra toda contracción demoníaca durante la duración del intervalo de tiempo fijado por la justicia.

Es en este maravilloso espacio, donde, en el momento de la explosión del caos, fueron puestas en acción y movimiento todas las partes del universo creado, cielos, astros, estrellas, planetas, los cuerpos terrestres y celestes, y en general todos los seres activos y pasivos de la naturaleza, donde todas sus partes y cada una en particular operan con una precisión admirable sus acciones diarias, conforme a las leyes de orden recibidas del divino Creador.


Este espacio se compone de dos partes principales. En el centro de la parte inferior denominada mundo terrestre, esta emplazado el cuerpo general terrestre o tierra propiamente dicha, rematada de tres planetas inferiores denominados Júpiter, Venus y Luna que esparcen su influencia y operan inmediatamente sobre ellos su acción en correspondencia con los cuatro planetas superiores.


La parte superior del espacio universal, llamado mundo celeste, contiene los cuatro planetas superiores denominados Saturno, Sol, Mercurio y Marte, que forman en su conjunto las cuatro regiones celestes, dominan lo universal y están en correspondencia con los cuatro círculos espirituales del mundo sobre celeste que los corona y del que hablaremos más adelante. Es en el centro de las cuatro regiones celestes de este cuaternario temporal donde Moisés ha situado, con el árbol de la vida, el paraíso terrenal que los geómetras materialistas buscan en la tierra. Es en este mismo centro regional que ha situado al hombre emancipado, pura y santa imagen y semejanza de Dios, y donde ha establecido la sede de su dominio universal sobre los seres y las cosas creadas.


Por debajo del mundo celeste y las cuatro regiones planetarias superiores que la componen, existe otro espacio inmenso denominado inmensidad y mundo sobre celeste o por encima de lo celeste, creado al mismo tiempo que los mundos inferiores. Esta inmensidad rodea, protege y defiende poderosamente contra toda acción demoníaca la circunferencia ígnea del eje de fuego central que marca y limita para siempre el espacio universal. Ella separa la inmensidad divina increada de los tres mundos inferiores creados; esta habitada y ocupada por la multitud de seres espirituales que el Creador ha sometido a la ley del tiempo, forman en similitud de la inmensidad cuatro clases distintas por su número de acción, por su virtud, su facultad y grado de poder temporal del que están revestidas.


El cuarto círculo que los sabios han nombrado como círculo de los espíritus menores cuaternarios esta hecho a imagen y semejanza  del centro divino con el cual esta unido por su línea perpendicular. 
Es en este círculo donde al Creador le ha complacido emanar de su seno y establecer la clase general de las inteligencias humanas llamadas hombres, por el acto absoluto de su sexto pensamiento de creación, por ser su cabeza de emanación, sexto pensamiento del que ha hecho un sexto día como si en Dios pudiera haber ni tiempo, ni día, ni intervalo. Es de este mismo círculo de donde le ha complacido, acto seguido, emancipar y sacar al primer hombre que nosotros llamamos Adán, aunque este no sea su verdadero nombre, y de enviarlo puro y santo a habitar el centro de las cuatro regiones superiores del mundo celeste, y establecer allí la sede del dominio universal con que le había revestido sobre todas las cosas creadas. 
Es también en este centro regional que deberían ser emancipados y enviados a su alrededor todos los otros hombres menores de su clase, para los que pediría al Creador la emancipación para venir a ayudarle en sus augustas funciones con el fin de oponerse a la multitud de espíritus rebeldes y contener todos juntos su acción perversa.

Dios, emancipando a Adán y enviándolo a cumplir su misión en el centro de las cuatro regiones celestes, donde todo esta sujeto a formas corporales necesarias para devolverse mutuamente la acción de los seres que son sensibles a aquellos que les rodean, lo ha revestido de un forma corporal gloriosa impasible e incorruptible, que podría reintegrarlo en él y reproducir fuera de él, tal como nuestro divino Redentor Jesucristo ha presentado después de su resurrección a los hombres por modelo. Revistiéndolo de ese cuerpo glorioso, Dios lo dotó al mismo tiempo del verbo de  creación de formas gloriosas parecidas a la suya, con el fin de que pudiera a su vez revestir a los hombres menores que fueran emancipados después de él, y enviar al centro regional celeste para ayudarlo contra los culpables en su misión que tornaría común a todos.


La expresión empleada de "un puro limo de tierra", que indica naturalmente una sustancia fina y sutil, pues es dicho en nuestras versiones que Dios formó el cuerpo del primer hombre puro e inocente, no contradice en absoluto lo que acabamos de decir sobre la naturaleza de los cuerpos gloriosos impasibles e incorruptibles. Pero no obstante, esta expresión ha inducido a los traductores del texto hebreo y sus comentaristas a considerar el cuerpo de Adán únicamente como terrestre y en consecuencia material, cuando esto no era así, y he ahí una de las causas principales de las subversiones materiales que formulan en el resto de su descripción. Esta inducción por ellos transmitida, sin duda alguna de buena fe, ha podido subyugar la docilidad de los lectores, un tanto ya predispuestos por razón de un cierto respeto religioso por las cosas santas reveladas, a admitirla sin examen previo, pero esta inducción no ha podido convencer a aquellos que reflexionan desde un punto de vista de madurez sobre los hechos que les son presentados. Nosotros decimos a todo aquel que quiera oírnos que Adán no fue asimilado a los otros animales por la vida pasiva que le fue dada, y que su cuerpo glorioso no fue materializado, más que en los abismos de la tierra donde fue precipitado por orden del Eterno después de su crimen,  y condenado a venir después sobre la superficie terrestre, a unirse por su reproducción corporal, al fruto material que había retirado de su única operación librándose a los consejos pérfidos del jefe de los Demonios.


La materia general, tal y como la conocemos, dicha novena porque es un compuesto de tres elementos o principios elementales denominados: Fuego, Agua y Tierra, que son cada uno de los tres, un mixto ternario de tres sustancias simples o esencias espirituales denominadas Azufre, Sal y Mercurio; no es lo que aparenta, y esa apariencia misma no es más que pasajera, y se desvanecerá totalmente con el fin de los siglos. Solamente Dios conoce su duración, ya que, el mismo Nuestro Señor Jesucristo, dice que el fin del mundo no es conocido más que por el Padre y que esa misma apariencia es a la vez desconocida por el Hijo considerado en su humanidad.


Algunos se extrañarán que sólo hablemos de tres elementos en lugar de cuatro que son los vulgarmente aceptados, comprendiendo en este número el aire común, casi siempre sobrecargado de las exhalaciones más groseras de los otros tres elementos. En efecto, nosotros no contamos más que tres.
El aire, principio tan sutil, no es en absoluto uno de ellos. Es mucho más superior a los otros tres como para poder ser asimilado ni confundido con ellos. Es el carro de vida elemental, que nutre, conserva y vivifica los elementos. Es el punto central del triángulo elemental del que esta unido íntimamente a los ángulos para su conservación temporal. Que aquellos que se extrañen, reflexionen profundamente sobre lo que acabamos de decir en relación al aire como principio, y la extrañeza que venimos de señalar pronto cesará.


Para no caer uno mismo en una gran confusión de ideas, es preciso no confundir jamás las esencias espirituosas simples, que son la base fundamental de toda corporación cualquiera, con los principios elementales de los que proviene, ya que unas y otras tienen un origen distinto, con un destino diferente, que la prevaricación del hombre ha podido cambiar, pero no ha podido destruir.


La materia no tiene y no puede tener ninguna realidad ni estabilidad absoluta, porque sólo Dios puede dar esa realidad a las producciones inmediatas de su esencia divina, como en efecto la ha dado y la continuará dando a los seres espirituales e inteligencias humanas ya que todas son emanadas de su seno, de donde toman la individualidad, la actividad, la inteligencia, la vida inmortal que los caracteriza, y se convierten de este modo, por su emanación del centro divino, en partícipes de la naturaleza misma de su principio generador que es Dios, quedando, sin embargo, en libertad de quedársele para siempre unidos por el amor y reconocimiento, o por el contrario, separársele por el desprecio absoluto de sus leyes y sus beneficios, en cuanto llega Lucifer y sus seguidores.


Llamamos espirituosas a esas tres esencias fundamentales, porque ellas no tienen nada de espiritual, no siendo más que producto de la acción de seres espirituales ternarios, habitantes de la inmensidad divina, que desde el origen de las cosas temporales recibieron del Creador la orden de descender en el espacio creado y de producir fuera de ellos, según la facultad y el poder que esas tres esencias habían sido dotadas. Tampoco podemos considerarlas como materiales, puesto que aún no lo son aunque estando destinadas a convertirse en ello, cuando la justicia divina fije el momento que juzgue conveniente para in corporizar en formas materiales a los espíritus prevaricadores arrepentidos que, motivados por el intelecto y las buenas inspiraciones del hombre menor, hayan deseado el estado de expiación satisfactorio, sin el cual, ningún culpable puede esperar su retorno al bien.



Tal es el propósito de la misericordia activa de común acuerdo con la justicia; y he ahí el momento en que el hombre, haciendo uso de sus poderes según la voluntad de su Creador, habría creado la materia por su incorporación en esas formas por medio de una sabia combinación de esencias espirituosas de las que era el principio. Pero el hombre primitivo, engañado y subyugado por los consejos pérfidos de su enemigo que sí conocía el destino de la materia y, sólo deseando separarla de él y de todos su cómplices por todos los medios, fue arrastrado al crimen, equivocando a su alrededor los designios de la justicia divina y destruyendo los de la misericordia, al anticiparse audazmente al tiempo que la justicia divina había decidido para la creación de la materia y agravando su crimen.
Por ello, pone colmo a su desgracia haciendo recaer sobre sí mismo y toda su posteridad, el justo castigo expiatorio reservado a su seductor, puesto que por esta culpable anticipación acababa de crear su propia prisión.


Aquellos hombres seducidos por las apariencias que sin cesar sacuden sus sentidos, cuyos ojos materiales sólo ven en todo y por todas partes mas que materia, que por ella caen en una especie  de embrutecimiento que nos les permite discernir ningún signo de espiritualidad en su ser pensante, se sublevarán contra nuestra aserción de que la materia no es más que aparente y no tiene nada que ver con la realidad, pareciéndoles errónea y loca, pero no es a ellos a quien dirigimos nuestro aserto. Sabemos que son sordos y ciegos e incapaces de comprendernos. Les dejamos, ahí, enterrados en la alta ciencia a la que están fuertemente aferrados.
Pero hay una multitud de otros, que flotando aún en cierta incertidumbre, están sin embargo mejor dispuestos a asirse a la verdad cuando ésta se presenta ante ellos, y tienen necesidad de socorro para ayudarles  a percibirla. A éstos, les decimos, buscad en las fuentes que la ocultan y no desfallezcáis en esta búsqueda.



Que sepan pues que, en la naturaleza, todas las cosas dignas de ocupar al hombre radican en los números fundamentales comprendidos del 1 al 10. Buscad con buenos guías para preservaros del error. La materia tiene también su número propio que ha demostrado ser el 9. Para conocer su valor, buscad su producto, multiplicar pues este número 9 por el mismo, y sumar los números que resultarán, reducirlos a su raíz y el resultado que se obtendrá será 9, lo que viene a demostrar que la materia no puede producir más que materia.


Para una segunda operación unir un número cualquiera al número 9, signo característico de la materia, adicionar esos dos números y no quedará más que el número que se le había unido, y el de la materia habrá desaparecido totalmente; lo que también demostrará que la materia no es en absoluto real. Dejamos a los eruditos materialistas que expliquen la razón de porqué de entre todos los números que componen la decena, sólo aquel que caracteriza la materia, es el único que desaparece totalmente ante todos los otros.



Nosotros hablamos a menudo de la vida espiritual activa que es la vida del espíritu, y de la vida universal pasiva, y es preciso definir una y otra, pues esta definición es todavía necesaria para muchos  seres pensantes.
Existe en la naturaleza y principalmente para el hombre menor, para el Adán degradado y castigado, dos vidas muy distintas que no pueden nunca confundirse sin caer en el más grande de los peligros:  una es la vida espiritual activa o del espíritu, en tanto que la otra es la vida universal pasiva que es de la materia.


La vida del espíritu no ha sido creada, sino que ella emana con el ser que ha salido del seno de Dios de donde es originaria.
Es inmortal, indestructible, inteligente y activa. Ella piensa, quiere, actúa y distingue, ya que esta hecha a imagen y semejanza de su principio generador; ella se fortifica en el ejercicio del bien y sólo puede debilitarse y oscurecerse en el ejercicio del mal.



La vida animal pasiva, denominada también alma universal del mundo creado, no es más que pasajera, ya que ha sido emanada, y por sólo un tiempo, por los seres espirituales inferiores, agentes del poder senario del Creador, que recibieron de Él mismo desde el origen de las cosas creadas, la orden y la poderosa facultad de emanar de ellos y de producir de su propio fuego, esta vida general que anima, sostiene y conserva por el tiempo determinado la masa entera de la creación, todas sus partes y cada especie de individuos destinados a habitar el espacio creado a lo largo de la duración de los siglos, y que están puestos en este espacio como vehículo de esta vida general insertada en ellos.
La vida animal era totalmente extraña al hombre en su estado primitivo de pureza e inocencia, pero después de su prevaricación perdió sus primitivos derechos asimilándose a los otros animales, fue condenado a vivir temporalmente de la misma vida que era común a todos los otros, y lo distinguirá eternamente de todos los otros animales que no han participado jamás de ese primer estado de vida.


Todos los animales, desde el más grande hasta la más pequeña lombriz, están dotados con la vida pasiva, y por el autor de la naturaleza, de un instinto particular para dirigir su acción diaria, en todas las clases donde estén situados, tanto para la conservación de su ser como para su reproducción y multiplicación de su especie. Este instinto, siempre proporcionado a su necesidad, es muy fino y sutil en determinadas especies, sorprende algunas veces al observador atento que conoce los límites, y es casi imperceptible en ciertos animales, pero en cualquier caso siempre suficiente a su necesidad. Esta gran variedad, tiene su principio en la misma causa divina que pone ante nuestros ojos la asombrosa diversidad que tanto nos llama la atención en los árboles, en sus hojas, en las briznas de hierba y en todas las producciones de la naturaleza.



El hombre intelectual en su estado de inocencia no estaba en absoluto sujeto a las leyes del instinto, que le eran totalmente extrañas; pero asimilado por su caída a los otros animales, su embrutecimiento fue dotado del instinto particular propio de su naturaleza, que queda unido a su ser hasta el fin de su existencia temporal. Pero también ha estado dotado por causa de su emanación, de una facultad activa muy poderosa que llamamos razón. Esta razón es un rayo de la esencia divina misma, es una antorcha que le ha sido dada para dirigirse en el ejercicio de las sublimes funciones de las que ha sido encargado y que le ha sido conservada en su segundo estado para iluminarlo en sus nuevas necesidades y en el uso que en lo sucesivo debe hacer del instinto animal del que viene de ser dotado. Pero entregado a la atracción de los sentidos y a las pasiones de las que se convierte en esclavo, a los prejuicios y prevenciones que le arrastran, junto a las costumbres más o menos arraigadas que contrae, oscurecen de tal modo lo que le queda de ese rayo divino, que a menudo parece inferior a los animales que tienen el instinto por guía y habitualmente lo siguen.


El hombre actual es pues un ternario de tres sustancias que son: el espíritu inmortal, que es su ser esencial, el alma pasiva con su instinto, y el cuerpo material que ella anima. El animal bruto no es más que un compuesto binario de estas dos últimas sustancias de la vida pasiva, que son su instinto y su cuerpo material.
En el hombre, cuando el principio vital que anima su cuerpo material, termina su acción particular, sea por las leyes de la naturaleza o por accidente, se escapa y va a reintegrarse a la masa general de donde proviene. Entonces el espíritu, que estaba unido al cuerpo material por este principio vital, se convierte en libre, y sube o desciende a la esfera que haya escogido a lo largo de su unión al cuerpo material, por sus sentimientos y actos habituales. En cuanto al cadáver, queda libre a su disolución por la separación de los principios elementales que quieren reintegrarse a su estado primitivo, como ya fue explicado y demostrado en las primeras instrucciones.



Pero, ¿ cómo puede ser que sobre un asunto de la mayor importancia - ya que sus bases reposan sobre principios evidentes generalmente reconocidos por todos - reine aún hoy entre los cristianos semejante discordancia y oscuridad sostenidas de tantas sutilidades que no hacen mas que embrollarlo todo todavía más ? Lo que acabamos de exponer, no sorprenderá a los materialistas declarados y a los incrédulos que, por ser más libres en su conducta y extravíos, no se ruborizarán en absoluto por asimilarse a los animales y especialmente a aquellos cuyo progreso en su instinto provoca su mayor admiración. Y es que, si pedimos a los hombres instruidos, que a menudo están encargados de la formación religiosa de los demás, en qué consiste la diferencia característica que se encuentra y debe existir entre el hombre y el animal bruto, responderán sin vacilar:
Dios, en tanto Creador de todo lo que existe, ha creado al hombre y al animal, pero, ha dado al hombre un alma racional y a los animales una alma irracional, y ahí está lo que los distingue esencialmente. Esta respuesta establece una paridad absoluta de origen que, sin embargo, debería ser sólo relativa; pero aquellos que la funden y están profundamente convencidos de ello, vemos que por ella confunden el Fiat divino, que es una orden dada por el Creador de hacer, con el Faciamus que expresa la acción misma e inmediata del Creador y su voluntad de operar Él mismo, que es claramente manifestada sólo en la creación del hombre. Esta inmensa diferencia, por sí misma, debería tener sin embargo grandes resultados. Además, la facultad de razonar de la que reconocen que el hombre está dotado y el animal privado, no es más que una facultad del ser espiritual, y no de un ser real y distinto, y las definiciones más sutiles que la teología moderna emplea para sostener esta opinión no conseguirán jamás probar la verdad de lo que no es, en tanto que la cuestión que nos ocupa, reducida con San Pablo a sus términos más simples, y tal como nosotros la profesamos, establece una doctrina pura, simple, luminosa e incontestable, ya que apela a nuestros sentidos. San Pablo dice formalmente en su Primera Epístola a los Tesalonicenses (Cap. V, vers. 23): "Que el mismo Dios de la paz os santifique totalmente, y que por entero vuestro espíritu, vuestra alma y vuestro cuerpo se conserven sin reproche en la venida de nuestro Señor Jesucristo". He aquí bien diferenciadas las tres sustancias distintas que reconocemos en el hombre. ¿ Porqué pues obstinarse en tener otro lenguaje que el del Gran Apóstol, para preferir uno más humano que sólo la costumbre ha consagrado ? Dejamos estas reflexiones a la meditación de los verdaderos amigos de la sabiduría.



El Génesis nos enseña que el Señor Dios terminó al sexto día sus obras de creación universal del cielo y la tierra con todos sus ornamentos, y que, habiéndolas considerado de nuevo las halló muy buenas, es decir, conformes a sus planes, su voluntad y sus órdenes. Esta simple exposición nos da un nuevo testimonio de que no fue Dios mismo quien obró esta creación, y que ella fue operada por sus agentes espirituales encargados de la ejecución de sus órdenes, ya que de lo contrario no hubiera tenido necesidad de verificación alguna si lo hubiera hecho el mismo. Esta misma exposición nos enseña también que el Señor Dios, después de haberlas acabado, reposó el séptimo día, que se termino ese día toda la obra que había hecho, y que bendijo y santificó este séptimo día por haberla terminado. Habría quedado pues alguna cosa por hacer en ese séptimo día, y el Génesis no nos lo explica; pero nosotros sabemos por Moisés que los astros, los cuerpos planetarios, las estrellas y todos los cuerpos celestes y terrestres que por la explosión del caos habían sido animados de la vida pasiva, no habían aún recibido la vida espiritual; que el Señor Dios emancipó del círculo de los espíritus septenarios existentes en la inmensidad divina, los cuales Lucifer acababa de mancillar por su rebelión, a los seres espirituales fieles de esta clase a los que quería dar la dirección superior de los astros, los cuerpos planetarios, las estrellas y los cuerpos celestes y terrestres que acababa de crear, y que situó en el centro de cada una de sus producciones para gobernarlas y mantenerlas, tanto en su propia acción como en su marcha diaria por la duración de los siglos, maravillosa armonía que venía de establecer; lo que hace el entero cumplimiento de su gran obra, y al mismo tiempo la bendición y santificación sabática del séptimo día.




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